Los campeones del mundo nacidos en Córdoba son una parte esencial del alma futbolera argentina. Cada generación dejó su huella imborrable: los del 2022 -Nahuel Molina, Cristian “Cuti” Romero, Julián Álvarez y Paulo Dybala- se sumaron a los héroes de 1978 -Osvaldo Ardiles, el “Tolo” Gallego, la “Cata” Oviedo y Mario Alberto Kempes- y a los de 1986, José Luis Cuciuffo y Oscar Ruggeri.

Pero entre todos ellos, hay uno que simboliza el inicio de la leyenda: Mario Alberto Kempes, el goleador del Mundial 1978 con seis tantos y figura determinante en la final frente a Holanda. El “Matador” no solo marcó una época: cambió la historia del fútbol argentino. Y su historia, curiosamente, comenzó en silencio, en una cancha de Alta Córdoba y con un nombre falso.

Un llamado y una promesa

“Mirá, te doy un crack. Se llama Mario Kempes y si no hace un gol antes de los 15 minutos, devolvémelo”. La frase, convertida en leyenda, fue pronunciada por Eduardo Tossolini, presidente del club Bell de Bell Ville. El destinatario era Atilio Pedraglio, directivo de Instituto, que buscaba un reemplazante para Hugo Curioni, el artillero recién transferido a Boca.

Pedraglio tomó nota, aunque el precio del pase -tres millones de pesos moneda nacional, unos tres mil dólares- le pareció excesivo para un juvenil desconocido. Sin embargo, pocos días después, el 5 de marzo de 1972, el teléfono sonó en la casa de los Kempes: Mario debía presentarse esa tarde en Alta Córdoba para una prueba. El rival era Argentino Central, subcampeón de la Primera B cordobesa.

Tenía 17 años. Se subió al micro en la terminal de Bell Ville y, tras tres horas de viaje, llegó con una ilusión y una estrategia en mente.

En la cancha lo esperaba el técnico Armando Rodríguez, que reunió a los jugadores a evaluar y les pidió que se presentaran con nombre y procedencia. Cuando llegó su turno, el joven belvillense decidió engañar al destino. “Carlos Aguilera, de Bell Ville”, dijo con naturalidad. Rodríguez asintió y preguntó si conocía a un tal Kempes del mismo pueblo, del que decían que pedían “una locura” por su pase. “No, no lo conozco”, mintió el muchacho.

Sabía que el técnico desconfiaba de las recomendaciones que le habían hecho sobre aquel “fenómeno”. Su única oportunidad era demostrar en la cancha que no hacía falta recomendación alguna.

Y cumplió. A los 27 minutos del partido, “Aguilera” marcó un gol. “Un poco más tarde de lo prometido”, ironizaría Tossolini después. Fue suficiente para convencer a los dirigentes: Instituto había encontrado a su nuevo goleador.

El nacimiento de un ídolo

La negociación se resolvió rápido, aunque General Paz Juniors también intentó quedarse con el jugador. El padre de Mario impuso una condición: su hijo jugaría en Instituto, pero seguiría viviendo en Bell Ville, viajando solo los días de partido para poder continuar sus estudios. Mario padre, ex marcador central del club Bell, tenía una prioridad: que el chico se recibiera.

El joven cumplió con ambas cosas. En diciembre de 1972 se recibió de perito mercantil en el Colegio San José de Bell Ville y luego se preparó para ingresar a Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Córdoba. No llegó a ser contador, pero sí alcanzó otro tipo de título: el de goleador eterno.

Durante tres partidos, Kempes jugó con el nombre falso de Carlos Aguilera. El 17 de marzo de 1972, en un amistoso ante Huracán de barrio La France, el diario La Voz del Interior elogió al supuesto debutante. “Aguilera, el bisoño centrodelantero belvillense, en una actuación donde puso en evidencia algunas aptitudes que pueden ser bien aprovechadas, se convirtió en el más alto valor del quinteto ofensivo del dueño de casa”, escribió.

Poco después, con su nombre verdadero, debutó oficialmente ante Belgrano, en la Copa Neder Nicola. Instituto ganó 4-0 y el chico fue la figura.

La “Gloria” recupera su nombre

Con Kempes, Instituto volvió a ser campeón de la Liga Cordobesa después de seis años y se clasificó al Nacional ’73, su primera experiencia en un torneo de AFA. En ese equipo histórico, el “Matador” compartió delantera con José Luis Saldaño, Osvaldo Ardiles, Alberto Beltrán y José Luis Ceballos.

El público porteño lo descubrió una noche de viernes, en un partido televisado ante River. Kempes venció a José “Perico” Pérez y dejó su sello ante todo el país. Terminó el torneo con 11 goles, tercero en la tabla detrás de Gómez Voglino (Atlanta) y Carlos Morete (River).

Ni bien concluyó ese Nacional, clubes de Europa –como el Niza y el Standard Lieja– y Boca mostraron interés en contratarlo. Pero fue Rosario Central el que pagó 160.000 dólares, un récord para el mercado local.

El goleador con promedio de abanderado

Su paso por Instituto fue breve pero demoledor. En 81 partidos, marcó 78 goles. Le convirtió a todos los rivales, pero tuvo una predilección especial: Belgrano, al que le hizo 10 goles solo en 1972, seis de ellos en las finales del torneo oficial. Y cuando se fue a Rosario Central, siguió con la costumbre: otros dos tantos al “Pirata”.

El 20 de mayo de 1973 llegó su tarde consagratoria. En Alta Córdoba, Instituto recibió a Racing de Nueva Italia y ganó 6-1. Kempes metió cinco goles. Su actuación fue tan descomunal que, al día siguiente, fue citado por Enrique Omar Sívori a la Selección Argentina. Había nacido una estrella.

Su último partido con la “Gloria” fue el 25 de enero de 1974, ante Rosario Central, en un amistoso incluido en el pase de José Luis “Loco” Saldaño. Instituto ganó 1-0 y, cómo no, el tanto fue suyo. Se despidió de la gente como había llegado: haciendo goles.

Una noche “albiazul”

Aunque parezca un invento, Kempes también jugó para Talleres. Fue el 2 de octubre de 1973, en la cancha de Belgrano, en la inauguración del nuevo sistema lumínico. Talleres, que aún no había clasificado al Nacional, se reforzó con tres jugadores de Instituto: Ardiles, Beltrán y Kempes. Enfrentó a Boca, que venía de ser subcampeón del Metro y contaba con dos cordobeses, Hugo Curioni y Rodolfo Rodríguez.

A los 12 minutos, el “Matador” anotó el único gol del partido con un remate que se desvió en Roberto Rogel. Talleres ganó 1-0 ante un estadio repleto.

De Alta Córdoba al mundo

Antes que Dybala, Álvarez, el Cuti, Molina o Ruggeri, hubo un joven llamado Mario Alberto Kempes. Un chico que mentía su nombre para que lo dejaran jugar. Un estudiante que viajaba en colectivo desde Bell Ville para rendir en el colegio y marcar goles en Alta Córdoba. Su historia, llena de humildad y coraje, es la de quien abrió el camino para todos los campeones que vinieron después.

Porque si Córdoba tiene una raíz mundialista, fue Kempes quien la sembró. El muchacho que una vez se hizo llamar Carlos Aguilera para engañar al técnico terminó engañando a todo el mundo: nadie volvió a mirar el fútbol cordobés de la misma manera después de él. El “Matador” no solo hizo goles. Inventó la gloria.